Perdí la luz, no llegó la caja semanal y así la última de
las cerillas exhaló su mortecina luz. Petrificada en la obscuridad mi
respiración me delataba, no podía moverme. Me había acostumbrado a ver entre
las minucias del fosforo ardoroso, me acostumbre a ver a medias, a vivir a
medias, a amar a medias. Entre sombras tenia enraizado el corazón.
La última cerilla se consumió sorda a mis preces y la
negrura me cegó el alma. Me sujete a mí misma, perdí la gravedad. Silencio,
polidipsia, frío, llanto seco y deshidratado
me aventaron las manos al frente y como poseídos los pies les siguieron . Unos
pasos y no encontré nada, nada y se me cimbró el alma.
Algo habrá mas allá de la ausencia- gritaba el alma.
Pocos pasos se me fueron escurriendo hasta que sin mayor
sorpresa toque la cortina, esa cortina
que lo guarecía todo. Así, de un jalón vi el orbe escondido tras mis propias
manos y me ilumine completa, me atemorice entera pero me vi toda, me toque
toda, me inhale toda y en voz muy bajita agradecí la omisión del repartidor de
cerillas.
Imponente sorpresa se llevará el, si acaso regresa, al
encontrarse en la mano una cerilla que le ilumine su media visión, su media
vida, su medio amor y peor aun, a esta repartidora de cerillas que jamás olvida
una entrega.